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¿QUÉ GUARDO EN LA BOLSA DE LA ESCUELA DE VERANO?


No tenía pensado escribir esta entrada, pero como el vídeo está circulando aquí y acullá (lo adjunto al final) siento que tengo que acompañar esas imágenes con estas palabras.


Ya habréis visto por redes que se celebró en Lekaroz (Navarra) la II Escuela de Verano con el lema: cuidar/nos para el bienestar y la calidad profesional. Escuela que organizó el Consejo General del Trabajo Social con la colaboración del Colegio de Trabajo Social de Navarra, un maravilloso encuentro de profesionales de trabajo social en el Albergue Juvenil Baztan.


Puedes leer la crónica oficial AQUI


Siendo de la casa no voy a hablar de la organización de la escuela. Quedaría feo. Escribo con la pretensión de responder a la pregunta que abre esta entrada: ¿Qué guardo en la bolsa de la escuela de verano?


En la escuela se entregó una bolsa y yo me la he traído llena de valiosos regalos, muchos de ellos invisibles:


De los talleres en los que pude estar presente[1] (esa palabra cobró un significado especial durante todo el fin de semana) me traigo los siguientes conocimientos para hacer queimadas y hechizos:


- De Belén Arija e Isabel Herrero que no hay que tenerle miedo al grupo, sino deseo. En el grupo llegué a sentirme protegido y comprendido. En el grupo encontré el conocimiento de lo común. Volé como un cóndor y tiré a la papelera lo que hacía mi vida más gris. También aprendí a reconocer mis errores y a ver cómo surgía la magia a través del perdón. Basta con tu aliento, para sentirme como el viento.


- De Maite Higuero que tenemos dos orejas y una sola boca para escuchar el doble de lo que hablamos. Una lección muy valiosa hoy en día en el que nadie escucha y todos rebatimos. También aprendí que casi todos los deseos que tenemos en la vida parten de lo sexual, y que éstos van más allá de follar. Son anhelo universal de ser importante para alguien. Guardaré el recuerdo de las manos de Marta Alguacil, con la que compartí la experiencia de explorar a otra persona con la inocencia y la ilusión de un niño.


- He llenado la bolsa del CGTS con un montón de preguntas del taller de Francisco Javier Jimenez y la comisión Deontológica del CGTS: ¿Qué es ser un profesional excelente? ¿Cómo me influye el patriarcado? ¿Cómo se perpetúa en mi? ¿Por qué nos cuesta a los hombres mostrar debilidad? ¿Por qué no debería decir que este fin de semana he llorado varias veces? Pero también tengo claro que no podemos permitir que el autocuidado sea un bien de consumo.


- De Carlos Hernández guardé la certeza de que la incertidumbre no se puede eliminar, pero sí que podemos gestionarla a través de nuestro locus de control interno y de otras herramientas.


- De Maite Rodríguez la pregunta del millón: ¿desde dónde hablo al otro? ¿desde el miedo o desde el amor? Desde el miedo critico, juzgo, guardo. Desde el amor opino, comparto y libero. Aprendí que la compasión no es otra cosa que cuando el amor se encuentra con el sufrimiento.


- Traigo el deseo de seguir haciendo saludos al sol, e intentar que me salga la postura del árbol (vrksasana) gracias a la pericia de nuestra maestra de yoga: Sonia Ricard. ¡ommmm!


También metí en mi bolsa otras cosas entrelazadas a estos conocimientos, como recuerdos y anécdotas:


- Conocí Elizondo, el pueblo de la trilogía del Valle del Baztán (que tendré que leérmela), y la bruma misteriosa de sus hermosos paisajes. ¡Cuánta belleza! Guardaré en mi memoria el sonido del correr del agua por las increíbles cuevas de Zugarramurdi. Allí imaginé akelarres, pero no los de las brujas de antaño, sino de las hoy: las feministas, las W.I.T.C.H (Women´s International Terrorist Conspiracy From Hell) que el patriarcado quiere quemar.


- Descubrí entre los árboles a Basajaun el señor del bosque. Encontré lauburus en Ainhoa y me di cuenta de lo ridículas que son las fronteras y lo parecidos que somos las personas. Eso sí, en el pueblo francés había en medio de la plaza un frontón que “retumba”, porque detrás de la pared del frontón estaba el cementerio (chiste malo del autobús con el que me partí dos horas y media).


- Salté una hoguera por primera vez en San Juan y eché al fuego aquello de lo quería deshacerme. También presencié por primera vez el aurresku, bailado por una joven. Vi como Amancio hacía con dos linternas la entradilla de la 20th century Fox sobre las paredes del albergue. En la fiesta bailamos y cantamos con la chavalería de la fundación ASPACE ¡y tan bien! Descubrimos que usando la palabra Caracuel puedes cantar todas las canciones y me echaron 38 años. Ahí lo dejo.


- Presencié de nuevo la pericia del gran Francisco Idareta con el acordeón. Un figura de la música y del trabajo social. Aún resuenan hondo las notas Bok Espok de Kepa Junquera.


Me traigo por último tres certezas:


- Cuando hay conexión entre las personas no importa la comida de rancho, ni compartir habitación. Importa compartir experiencias.

- El encuentro sana, los límites son necesarios y somos vulnerables e interdependientes.

- Todas las trabajadoras sociales que acudieron a la escuela les quedará la sensación de pertenencia, de encontrarse con compañeras/os que tienen los mismos sentimientos y se enfrentan a los mismos problemas día a día. Eso une.


Ojalá que la tercera escuela mantenga este espíritu, y como dijo Carmina Puig los cuidados sean una constante en las sucesivas escuelas.


Ha sido un placer conocer y compartir. Ojalá hubiera habido más tiempo y más conversaciones. La escuela de verano del CGTS en Navarra será sin duda inolvidable para quienes asistimos como alumnas, ponentes u organización.


Eso sí, en mi bolsa traigo también una sensación de que ya nada será igual.


Sea como fuere: ¡Que nos quiten lo bailado! ¡Epa!







[1] Me perdí el taller de Mariel Quera y la presentación de Maria del Mar González por cuestiones de organización… ☹

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